MITIFICAR LOS ESPEJISMOS / FIORELLA ANGELINI

 

En Odisea al espacio 2001 de Stanley Kubrick, en el capítulo “El amanecer del hombre”, aparece en pantalla un monolito negro, liso y elocuente en su geometría, contrapuesto a un contexto totalmente natural (donde la simetría, lo geométrico y lo cortantemente plano no existe). Es un paisaje predominantemente llano y rocoso, donde la tónica narrativa es la historia del origen del hombre en un espacio completamente primitivo. Sin embargo, esta interrupción en la línea de horizonte, asociada al paisaje, habla de la humanidad en sí misma: un paralelepípedo gigante solo posible de ser construido miles de años después.

 

De esta manera, la película plantea un misterio. La intervención de lo plano en el contexto de lo nativo; lo geométrico contra lo orgánico; lo humano tensionado con lo azaroso del paisaje. Este tipo de ruptura plantea la obra de Fiorella Angelini. Una idea de extrañeza anclada en lo atmosférico de la imagen, donde las formas y la construcción material del objeto dislocan la visualidad de lo vivo, constituyéndose como una pregunta, una ausencia de certezas. Al igual que en Odisea al espacio, no se sabe qué sucede en este sitio casi de ensueño que se construye como el imaginario de la artista.

 

Lo atmosférico en las obras de Angelini nos lleva a un lugar incierto. La artista, como un primer acercamiento instintivo al espectador, lo conduce a una especie de melancolía. La melancolía de un espacio inexistente. Aquí coexisten dos tiempos distintos: el de los lugares intervenidos y el de los objetos que irrumpen. Son ficciones y recuerdos que surgen desde la nada. Aunque se pueda señalar la procedencia de cada uno de los elementos presentes en sus paisajes, para el espectador no hay más que una visión extraña ligada a la incertidumbre.

 

Estos lugares extraños, de formas orgánicas e inmaculadas cruzadas por materialidades industriales (que habla de una presencia indudable de la humanidad), se vuelven un discurso sobre la vida humana emplazada en el espacio, habitando estos paisajes. Como dice Heidegger: «construir no es solo el medio y el camino al habitar, construir es ya en sí mismo habitar». La obra es una contradicción de temporalidades: el tiempo de la naturaleza y el tiempo de lo industrial. En este contexto, Angelini ensambla referencias y materialidades de forma minuciosa, logrando que el paisaje siga su lógica visual a pesar de ser friccionada por la intervención, como si fuese una improvisación de jazz, incontrolable y a la vez atmosféricamente emocional, que está también en la misma frecuencia que una irrupción punk, donde la fuerza de los cuatro cuartos divididos en cuatro notas continuas se camuflan en lo atmosférico del paisaje.

 

Fiorella Angelini crea ficciones dentro de las cuales es posible encontrar un espacio para  entrar. Su obra establece una serie de relaciones internas que hacen que la ficción se vuelva una verdad. Toma una piedra y hace un mito sobre ella, y es dentro de ese mito donde nos sumergimos. Aquí es donde todos los puntos confluyen. La creación de una narración sobre un lugar que es posible habitar: un espejismo que tiene la potencia de ser tocado con las manos –que, sin embargo, estará siempre a un centímetro de la punta de nuestros dedos–. Angelini se apropia de los lugares, crea unos nuevos y nos hace creer que podemos ir, pero nunca los encontraremos en los mapas, solo ella los tiene, nadie sabe si existen en verdad. Nuestra única posibilidad es mirar desde la distancia estos espejismos, y abrazar la esperanza de vivir en ellos.