A.C.A.B.T.S.U.K.I

La revolución del 18 de octubre (2019)

 

Octubre se había vuelto oscuro. Dejé mi trabajo —el que estaba bastante lejano al arte— y me encontraba con mucho tiempo libre, tanto, que pasaba horas pensando en las secuelas que dejó en mí haber invertido tanto tiempo en dicha labor.

Creo que fue un domingo, absorto en Internet frente a la pantalla, y sintiéndome culpable por mi incapacidad de continuar una novela que tenía a medio escribir —no sé si a medio empezar o medio terminar—. Me dedicaba a dar «me gusta» a las publicaciones de «memes otakus» o los denominados «otakus sad», en Facebook. Creo que hay muchas cosas que definen la personalidad de cada uno. En mi caso, lo otaku y lo «sad» me venían perfecto. Ocupo gran parte de mi tiempo mirando cómo los amantes del animé en Internet también son un lote de depresivos desadaptados como yo. Claramente, esto no es una regla, pero los que más me interesan son los marginados, tal como lo fui en los años 90.

«Sube el precio del Metro en 30 pesos», decía una noticia en el timeline de mi Facebook. No me sorprendió. No le di mucha importancia. En este último tiempo constantemente suben los precios de todo, mientras la situación económica del país empeora. Mi resignación, sentía, era generalizada en cada persona del país. Yo, al igual que la mayoría, estaba resignado al peor de los escenarios: sin trabajo y mirando Facebook. Hay que sobrevivir como sea.

Vivo en Rancagua, a una hora y media de la capital de Chile, por lo que la serie de evasiones organizadas que sucedieron colectivamente en diversas estaciones del Metro de Santiago, no me provocaron mucho. Además, eran manifestaciones ya vistas y que en ocasiones anteriores no obtuvieron mayores resultados. Cada vez que miraba mis redes sociales, las noticias sobre las evasiones eran más constantes debido a la masividad que estaban alcanzando las protestas. Los estudiantes secundarios —de Enseñanza Media—, tal como muchas otras veces, encabezaban estos acontecimientos y conseguían progresivamente el apoyo ciudadano, a tal punto, que a su causa se sumó el gremio de los trabajadores portuarios.  ¿Por qué el precio del Metro de Santiago influía en los puertos? me pregunté.

La tónica fue igual durante el resto de los días, hasta que el 18 de octubre, el Gobierno de Sebastián Piñera reforzó con presencia policial las estaciones del Metro. Esto generó un choque de fuerzas tal entre la policía y los manifestantes, que el país entero fue testigo, gracias a las redes sociales, de la violencia desmedida con la que actuaban las fuerzas del orden. Tanta fue la indignación de la gente, que el remedio fue peor que la enfermedad, y la protesta masiva por el alza del Metro se transformó en una protesta contra la represión y la violencia injustificada. Tras Santiago, se contagió Rancagua y salí a protestar también. Vi a K-Popers, barras de fútbol, gente otaku y hasta góticos, todos marchando en contra del gobierno de turno junto a la señora que atiende el negocio de mi barrio, y mi vecino, que paseaba a su perro en la protesta, entre varios más. Todo tipo de gente se unió para manifestarse. En la noche de esa jornada estaba todo dicho. La rabia explotó en Santiago y en todos lados, también en Rancagua. Desde mi departamento, que está en un piso 13 de la avenida principal, se veía fuego en distintos puntos de la ciudad. Me recordó al inicio de la película El Cuervo  (aquella donde Brandon Lee muere en la filmación), donde se ve un arder total del paisaje.

Al otro día las marchas continuaron. Estoy seguro de que, al igual que yo, nadie en esta ciudad creía que un movimiento social en Santiago iba a repercutir tanto en una ciudad como esta, donde las manifestaciones previas habían tenido un quórum ínfimo. La violencia en las calles de todo el país fue tal, que luego del toque de queda impuesto en Santiago, se declaró también en Rancagua: los manifestantes, que exigían la renuncia del presidente Piñera, quemaron la automotora Marco Ratti.

Las redes sociales no hablaban de otra cosa: imágenes y videos de diferentes protestas en todo Chile, memes de los saqueadores de supermercados robando bolsas de papas fritas, frases estúpidas pronunciadas por los políticos, y miles de otras formas de manifestación posibles.

Uno de esos días se hizo viral el video de una mujer de 44 años, que, vestida de Pikachu —icónico personaje de la serie Pokémon—, participaba en una marcha. En el video se veía al personaje bailando, hasta que, en pleno frenesí de los movimientos, se caía el suelo estrepitosamente causando la risa explosiva de los que la rodeaban. Fue tanto el furor del video, que a la mujer se le denominó «la tía Pikachu». A esta le siguieron cosplayers —principalmente de la serie Naruto— con carteles que tenían frases que aludían a las batallas de los diferentes arcos del animé, mezclados con el acontecer político. Otros manifestantes dibujaban a los personajes de distintas series de animé en grandes pancartas, también aludiendo a la protesta social a través de la épica del protagonista de su animación predilecta.

Tal fue el ímpetu de la animación japonesa en los lenguajes del movimiento social, que los chistes irónicos en las redes, respecto a los fanáticos del pop nipón, aparecieron también de forma inmediata. Recuerdo un par: «los otakus se bañaron y salieron a las calles», posteaban algunos perfiles de Instagram. Hubo un grito de marcha similar, que cantaba: «Otaku-escucha-ándate a la ducha». A eso se sumó una serie de material visual que, entre la ironía y el humor, ganaba cada vez más espacio y adeptos en Internet. Por supuesto, compartí todo ese tipo de contenido a través de mis cuentas de redes sociales. A medida que pasaban los días, el movimiento social me volvió a recordar lo fuerte que había calado en la cultura popular chilena la animación japonesa, sobre todo desde los 90 en adelante.

Fotos de chilenos disfrazados de «Akatsuki» (los villanos de Naruto) se viralizaron mucho en la red. El logo de este grupo fue utilizado por la cada vez más popular página de Facebook, «Brigada Otaku Antifascista», la que cambió mi preferencia de los memes de animé tristes, por los de animé revolucionarios. Fue tanta la amalgama de conceptos entre Naruto y la protesta social chilena, que en Internet cambiaron el nombre de «Akatsuki» a «acabtsuki», haciendo referencia a la cita a.c.a.b = All Cops Are Bastards.

Los viernes eran siempre días de marcha. Muchas veces nos juntábamos a tomar cerveza en la casa de una amiga que vive cerca del lugar de reunión, para luego ir a marchar. Mi grupo de amigas, aparte de ser todas mujeres, son un grupo marcadamente feminista, por lo que la música que oíamos se orientaba hacia esa línea discursiva. Así fue como conocí a las «Sailor Punk», la versión punky, feminista y anti patriarcal de las Sailor Scout (así se llamaban las heroínas del manga y animé Sailor Moon).  Revisé esta banda y me di cuenta de que, efectivamente, estaban directamente vinculadas con Sailor Moon: representaban un modelo de mujeres empoderadas que luchan a diario y colectivamente por un cambio social. Ya me había acostumbrado a la influencia del animé en el arte, la teoría del arte, la poesía y las ciencias sociales, pero… ¿un grupo punk? Volví a sorprenderme, y encontré increíble el cómo el animé se instaló tanto en la memoria colectiva de un país, que ahora parece iconográficamente inevitable.

Cada vez que veía la situación del país por la televisión, no podía dejar de pensar en La Gran Guerra Ninja de Naruto. Los otakus estaban por todas partes y eran considerados parte esencial de las manifestaciones. Gracias a la creatividad de sus consignas, la gente en las marchas, amantes del animé, hicieron de la protesta un contenido híper compartido. El pop japonés ya ni siquiera estaba ligado al estereotipo de otaku tímido y de apariencia extraña. Todo el mundo usaba los referentes, incluso hasta para mostrarse «cool» ante los ojos de los demás en las redes sociales. Ser otaku se puso de moda. El movimiento social, potenciado por el rol que cumplieron las redes sociales, y en particular la llamada «Brigada Otaku Antifascista», develó que mucha más gente de la que se piensa ve y consume material vinculado al animé. Fanáticos de las series transmitidas durante los años 90 se mezclaron con aquellos que hasta el día de hoy ven la animación japonesa contemporánea por páginas de streaming en Internet.

En plena temporada de marchas di con una columna de opinión publicada en el sitio web El Desconcierto, titulada «La animación japonesa durante el estallido social». La escribió Ignacia Salazar. Cito:

 

Pamela Giles y Gael Yeomans hablando de Naruto en Twitter; el fenómeno Baila Pikachú; manifestantes disfrazados de sus personajes favoritos y numerosos carteles con referencias en las marchas. Vale la pena hablar de cómo la «japoanimación» logró hacerse un espacio en el ideario de la revuelta social. Cómo no iba a pasar, de todos modos, si somos el país que más animé consume en Sudamérica. Aquí, eso sí, cabe destacar: no es que solo nos guste el animé en Chile, sino que, para este proceso social, nos hemos apropiado de él. Hablo de apropiarnos del animé porque hemos tomado los valores e ideologías que se repiten en las animaciones japonesas más comunes, y los hemos trasladado al momento social que atravesamos (…) En resumen, nos encontramos ante la victoria más extraña de lo que va del estallido social: politizar nuestro vasto consumo de animé y alejarlo del extremo conservadurismo que lo dominaba con tanta soltura. Es maravilloso que politicemos nuestros gustos —que siempre han sido políticos— cuando la contingencia nos llama a invitar lo político a cada espacio que habitamos, ya sea en el territorio, realizando asambleas barriales, o tomando las mejores partes de lo que consumimos. Esperemos que lo político (y que todo) en Chile no vuelva a ser igual».[1]

 

Ya no solo era una teoría del arte de vanguardia. La tesis se volvió realidad en la calle y gracias al movimiento social: el animé es parte importante de la construcción del imaginario nacional. La marginación de los grupos otakus de los 80 y 90 terminó siendo el recuerdo en una época donde lo pop japonés es ahora la norma, ya no siendo más «la otredad» del margen del imaginario social, sino una parte importante de su constitución.

 

 

II (Pandemia)

 

Pasa el tiempo y las situaciones cambian. Nos encontramos en una pandemia mundial donde muchos de los hecho que suceden a nivel nacional lo vemos desde una pantalla, ya sea telivisiva o de una conexión a internet. Estamos en una ausencia presencial pero existiendo sin parar ni dudar en las redes digitales.

 

Por Julio del 2020 Pamela Jiles insentiva el retiro del 10% del dinero de las AFP (Administradoras de fondos de pensiones)  y nadie sabe como reaccionar. Era año 2020, en medio de una pandemia mundial que nadie venía venir y nos encontrabamos encerrados (aún) en nuestros domicilios  y con un toque de queda que parece nunca acabar. En ese momento los ojos estaban puestos sobre esto, y el desazón que producía vivir en pandemia (incluso el lanzamiento de la primera edición de este libro se hizo vía streaming). La pandemia del covid-19 había causado estragos en las generaciones de otakus que salían a las calles a reclamar sus derechos, las cosas no eran las mismas y no parecía acabar. Cada día que pasaba nos enterabamos de más muertes y posibles decesos mediante la influenciada  televisión que intentaba causar un pánico colectivo. Mientras todo esto sucedía se aprobó el retiro del 10% de las  AFP y el mundo quería celebrar. Era un pequeño alivio a la crisis económica que vivía el país en un contexto en que el trabajo era lo más escaso. Ahí sucedió un hito que no nos esperabajos. La diputada por el distrito 12 , Pamela Jiles, por una apuesta que hizo pública, corrió por el parlamento como lo hace inconográficamente Naruto Uzumaki de la serie  que lleva su nombre. Esto explotó a niveles inesperados, la comunidad otaku, le dio su apollo e incluso se hablaba de una posible carrera presidencial, era un momento muy álgido.

 

La influencia japonesa sin duda había calado muy hondo, incluso hoy (2021) la denominada «Tía Pikachu» pasó de ser una persona común y proletaria que se disfrazaba de Pikachu en las marchas, a estar en la comisión que estudia el cambio de la constitución del país. Si de algo podemos estar claros es que la influencia de la animación japonesa en Chile fue y es muy potente, al punto de estar tan arraigado que la cultura pop nacional está profundamente mezclada con estos referentes asiáticos

 

 

Todo lo que sube rápido baja de la igual manera. La influencia de la diputada Jiles fue callendo políticamente, pero el hito que marcó en las escenas del animé nacional nunca olvidarían este gesto. Incluso, en mayo del 2021 (poco para cumplir el año del gesto de Jiles) el diputado Schalper, correspondiente a la derecha nacional, rememora este antecedente y dice que los narutos son  soldados que buscan desastabilizar la democracia y que correr con los brazos hacia atrás, tal como lo había hecho la diputada (y Naruto por supuesto), era un baile de guerra.[2] El animé sin duda en el ambiente político se ha transformado en una tragicomedia. Aunque hay que conseder que los movimientos otakus no han bajado los brazos hacia una posible revolución. Todo esto a partir de algunas pocas –pero fuertes– celulas activas que expresan su malestar con la sociedad y hacen algo por ello. Siempre manteniendose dentro del under  pero con seguidores fieles y aguerridos El escenario político del 18 de Octubre del 2019, hizo que todos creyesemos que podríamos lograrlo todo aunque ahora se vea un poco difuso, solo nos queda creer y reirnos/cuestionar de la clase política

[1] Ignacia Salazar; «La animación japonesa durante el estallido social». El Desconcierto. 5 de diciembre del 2019. http://www.eldesconcierto.cl/2019/12/05/la-animacion-japonesa-durante-el-estallido-social/

[2] https://www.latercera.com/mouse/el-diputado-schalper-cree-que-los-naruto-son-soldados-que-corren-con-los-brazos-hacia-atras-como-baile-de-guerra/

La revolución del 18 de octubre

 

Octubre se había vuelto oscuro. Dejé mi trabajo —el que estaba bastante lejano al arte— y me encontraba con mucho tiempo libre, tanto, que pasaba horas pensando en las secuelas que dejó en mí haber invertido tanto tiempo en dicha labor.

Creo que fue un domingo, absorto en Internet frente a la pantalla, y sintiéndome culpable por mi incapacidad de continuar una novela que tenía a medio escribir —no sé si a medio empezar o medio terminar—. Me dedicaba a dar «me gusta» a las publicaciones de «memes otakus» o los denominados «otakus sad», en Facebook. Creo que hay muchas cosas que definen la personalidad de cada uno. En mi caso, lo otaku y lo «sad» me venían perfecto. Ocupo gran parte de mi tiempo mirando cómo los amantes del animé en Internet también son un lote de depresivos desadaptados como yo. Claramente, esto no es una regla, pero los que más me interesan son los marginados, tal como lo fui en los años 90.

«Sube el precio del Metro en 30 pesos», decía una noticia en el timeline de mi Facebook. No me sorprendió. No le di mucha importancia. En este último tiempo constantemente suben los precios de todo, mientras la situación económica del país empeora. Mi resignación, sentía, era generalizada en cada persona del país. Yo, al igual que la mayoría, estaba resignado al peor de los escenarios: sin trabajo y mirando Facebook. Hay que sobrevivir como sea.

Vivo en Rancagua, a una hora y media de la capital de Chile, por lo que la serie de evasiones organizadas que sucedieron colectivamente en diversas estaciones del Metro de Santiago, no me provocaron mucho. Además, eran manifestaciones ya vistas y que en ocasiones anteriores no obtuvieron mayores resultados. Cada vez que miraba mis redes sociales, las noticias sobre las evasiones eran más constantes debido a la masividad que estaban alcanzando las protestas. Los estudiantes secundarios —de Enseñanza Media—, tal como muchas otras veces, encabezaban estos acontecimientos y conseguían progresivamente el apoyo ciudadano, a tal punto, que a su causa se sumó el gremio de los trabajadores portuarios.  ¿Por qué el precio del Metro de Santiago influía en los puertos? me pregunté.

La tónica fue igual durante el resto de los días, hasta que el 18 de octubre, el Gobierno de Sebastián Piñera reforzó con presencia policial las estaciones del Metro. Esto generó un choque de fuerzas tal entre la policía y los manifestantes, que el país entero fue testigo, gracias a las redes sociales, de la violencia desmedida con la que actuaban las fuerzas del orden. Tanta fue la indignación de la gente, que el remedio fue peor que la enfermedad, y la protesta masiva por el alza del Metro se transformó en una protesta contra la represión y la violencia injustificada. Tras Santiago, se contagió Rancagua y salí a protestar también. Vi a K-Popers, barras de fútbol, gente otaku y hasta góticos, todos marchando en contra del gobierno de turno junto a la señora que atiende el negocio de mi barrio, y mi vecino, que paseaba a su perro en la protesta, entre varios más. Todo tipo de gente se unió para manifestarse. En la noche de esa jornada estaba todo dicho. La rabia explotó en Santiago y en todos lados, también en Rancagua. Desde mi departamento, que está en un piso 13 de la avenida principal, se veía fuego en distintos puntos de la ciudad. Me recordó al inicio de la película El Cuervo  (aquella donde Brandon Lee muere en la filmación), donde se ve un arder total del paisaje.

Al otro día las marchas continuaron. Estoy seguro de que, al igual que yo, nadie en esta ciudad creía que un movimiento social en Santiago iba a repercutir tanto en una ciudad como esta, donde las manifestaciones previas habían tenido un quórum ínfimo. La violencia en las calles de todo el país fue tal, que luego del toque de queda impuesto en Santiago, se declaró también en Rancagua: los manifestantes, que exigían la renuncia del presidente Piñera, quemaron la automotora Marco Ratti.

Las redes sociales no hablaban de otra cosa: imágenes y videos de diferentes protestas en todo Chile, memes de los saqueadores de supermercados robando bolsas de papas fritas, frases estúpidas pronunciadas por los políticos, y miles de otras formas de manifestación posibles.

Uno de esos días se hizo viral el video de una mujer de 44 años, que, vestida de Pikachu —icónico personaje de la serie Pokémon—, participaba en una marcha. En el video se veía al personaje bailando, hasta que, en pleno frenesí de los movimientos, se caía el suelo estrepitosamente causando la risa explosiva de los que la rodeaban. Fue tanto el furor del video, que a la mujer se le denominó «la tía Pikachu». A esta le siguieron cosplayers —principalmente de la serie Naruto— con carteles que tenían frases que aludían a las batallas de los diferentes arcos del animé, mezclados con el acontecer político. Otros manifestantes dibujaban a los personajes de distintas series de animé en grandes pancartas, también aludiendo a la protesta social a través de la épica del protagonista de su animación predilecta.

Tal fue el ímpetu de la animación japonesa en los lenguajes del movimiento social, que los chistes irónicos en las redes, respecto a los fanáticos del pop nipón, aparecieron también de forma inmediata. Recuerdo un par: «los otakus se bañaron y salieron a las calles», posteaban algunos perfiles de Instagram. Hubo un grito de marcha similar, que cantaba: «Otaku-escucha-ándate a la ducha». A eso se sumó una serie de material visual que, entre la ironía y el humor, ganaba cada vez más espacio y adeptos en Internet. Por supuesto, compartí todo ese tipo de contenido a través de mis cuentas de redes sociales. A medida que pasaban los días, el movimiento social me volvió a recordar lo fuerte que había calado en la cultura popular chilena la animación japonesa, sobre todo desde los 90 en adelante.

Fotos de chilenos disfrazados de «Akatsuki» (los villanos de Naruto) se viralizaron mucho en la red. El logo de este grupo fue utilizado por la cada vez más popular página de Facebook, «Brigada Otaku Antifascista», la que cambió mi preferencia de los memes de animé tristes, por los de animé revolucionarios. Fue tanta la amalgama de conceptos entre Naruto y la protesta social chilena, que en Internet cambiaron el nombre de «Akatsuki» a «acabtsuki», haciendo referencia a la cita a.c.a.b = All Cops Are Bastards.

Los viernes eran siempre días de marcha. Muchas veces nos juntábamos a tomar cerveza en la casa de una amiga que vive cerca del lugar de reunión, para luego ir a marchar. Mi grupo de amigas, aparte de ser todas mujeres, son un grupo marcadamente feminista, por lo que la música que oíamos se orientaba hacia esa línea discursiva. Así fue como conocí a las «Sailor Punk», la versión punky, feminista y anti patriarcal de las Sailor Scout (así se llamaban las heroínas del manga y animé Sailor Moon).  Revisé esta banda y me di cuenta de que, efectivamente, estaban directamente vinculadas con Sailor Moon: representaban un modelo de mujeres empoderadas que luchan a diario y colectivamente por un cambio social. Ya me había acostumbrado a la influencia del animé en el arte, la teoría del arte, la poesía y las ciencias sociales, pero… ¿un grupo punk? Volví a sorprenderme, y encontré increíble el cómo el animé se instaló tanto en la memoria colectiva de un país, que ahora parece iconográficamente inevitable.

Cada vez que veía la situación del país por la televisión, no podía dejar de pensar en La Gran Guerra Ninja de Naruto. Los otakus estaban por todas partes y eran considerados parte esencial de las manifestaciones. Gracias a la creatividad de sus consignas, la gente en las marchas, amantes del animé, hicieron de la protesta un contenido híper compartido. El pop japonés ya ni siquiera estaba ligado al estereotipo de otaku tímido y de apariencia extraña. Todo el mundo usaba los referentes, incluso hasta para mostrarse «cool» ante los ojos de los demás en las redes sociales. Ser otaku se puso de moda. El movimiento social, potenciado por el rol que cumplieron las redes sociales, y en particular la llamada «Brigada Otaku Antifascista», develó que mucha más gente de la que se piensa ve y consume material vinculado al animé. Fanáticos de las series transmitidas durante los años 90 se mezclaron con aquellos que hasta el día de hoy ven la animación japonesa contemporánea por páginas de streaming en Internet.

En plena temporada de marchas di con una columna de opinión publicada en el sitio web El Desconcierto, titulada «La animación japonesa durante el estallido social». La escribió Ignacia Salazar. Cito:

 

Pamela Giles y Gael Yeomans hablando de Naruto en Twitter; el fenómeno Baila Pikachú; manifestantes disfrazados de sus personajes favoritos y numerosos carteles con referencias en las marchas. Vale la pena hablar de cómo la «japoanimación» logró hacerse un espacio en el ideario de la revuelta social. Cómo no iba a pasar, de todos modos, si somos el país que más animé consume en Sudamérica. Aquí, eso sí, cabe destacar: no es que solo nos guste el animé en Chile, sino que, para este proceso social, nos hemos apropiado de él. Hablo de apropiarnos del animé porque hemos tomado los valores e ideologías que se repiten en las animaciones japonesas más comunes, y los hemos trasladado al momento social que atravesamos (…) En resumen, nos encontramos ante la victoria más extraña de lo que va del estallido social: politizar nuestro vasto consumo de animé y alejarlo del extremo conservadurismo que lo dominaba con tanta soltura. Es maravilloso que politicemos nuestros gustos —que siempre han sido políticos— cuando la contingencia nos llama a invitar lo político a cada espacio que habitamos, ya sea en el territorio, realizando asambleas barriales, o tomando las mejores partes de lo que consumimos. Esperemos que lo político (y que todo) en Chile no vuelva a ser igual».[1]

 

Ya no solo era una teoría del arte de vanguardia. La tesis se volvió realidad en la calle y gracias al movimiento social: el animé es parte importante de la construcción del imaginario nacional. La marginación de los grupos otakus de los 80 y 90 terminó siendo el recuerdo en una época donde lo pop japonés es ahora la norma, ya no siendo más «la otredad» del margen del imaginario social, sino una parte importante de su constitución.

 

 

II (Pandemia)

 

Pasa el tiempo y las situaciones cambian. Nos encontramos en una pandemia mundial donde muchos de los hecho que suceden a nivel nacional lo vemos desde una pantalla, ya sea telivisiva o de una conexión a internet. Estamos en una ausencia presencial pero existiendo sin parar ni dudar en las redes digitales.

 

Por Julio del 2020 Pamela Jiles insentiva el retiro del 10% del dinero de las AFP (Administradoras de fondos de pensiones)  y nadie sabe como reaccionar. Era año 2020, en medio de una pandemia mundial que nadie venía venir y nos encontrabamos encerrados (aún) en nuestros domicilios  y con un toque de queda que parece nunca acabar. En ese momento los ojos estaban puestos sobre esto, y el desazón que producía vivir en pandemia (incluso el lanzamiento de la primera edición de este libro se hizo vía streaming). La pandemia del covid-19 había causado estragos en las generaciones de otakus que salían a las calles a reclamar sus derechos, las cosas no eran las mismas y no parecía acabar. Cada día que pasaba nos enterabamos de más muertes y posibles decesos mediante la influenciada  televisión que intentaba causar un pánico colectivo. Mientras todo esto sucedía se aprobó el retiro del 10% de las  AFP y el mundo quería celebrar. Era un pequeño alivio a la crisis económica que vivía el país en un contexto en que el trabajo era lo más escaso. Ahí sucedió un hito que no nos esperabajos. La diputada por el distrito 12 , Pamela Jiles, por una apuesta que hizo pública, corrió por el parlamento como lo hace inconográficamente Naruto Uzumaki de la serie  que lleva su nombre. Esto explotó a niveles inesperados, la comunidad otaku, le dio su apollo e incluso se hablaba de una posible carrera presidencial, era un momento muy álgido.

 

La influencia japonesa sin duda había calado muy hondo, incluso hoy (2021) la denominada «Tía Pikachu» pasó de ser una persona común y proletaria que se disfrazaba de Pikachu en las marchas, a estar en la comisión que estudia el cambio de la constitución del país. Si de algo podemos estar claros es que la influencia de la animación japonesa en Chile fue y es muy potente, al punto de estar tan arraigado que la cultura pop nacional está profundamente mezclada con estos referentes asiáticos

 

 

Todo lo que sube rápido baja de la igual manera. La influencia de la diputada Jiles fue callendo políticamente, pero el hito que marcó en las escenas del animé nacional nunca olvidarían este gesto. Incluso, en mayo del 2021 (poco para cumplir el año del gesto de Jiles) el diputado Schalper, correspondiente a la derecha nacional, rememora este antecedente y dice que los narutos son  soldados que buscan desastabilizar la democracia y que correr con los brazos hacia atrás, tal como lo había hecho la diputada (y Naruto por supuesto), era un baile de guerra.[2] El animé sin duda en el ambiente político se ha transformado en una tragicomedia. Aunque hay que conseder que los movimientos otakus no han bajado los brazos hacia una posible revolución. Todo esto a partir de algunas pocas –pero fuertes– celulas activas que expresan su malestar con la sociedad y hacen algo por ello. Siempre manteniendose dentro del under  pero con seguidores fieles y aguerridos El escenario político del 18 de Octubre del 2019, hizo que todos creyesemos que podríamos lograrlo todo aunque ahora se vea un poco difuso, solo nos queda creer y reirnos/cuestionar de la clase política

[1] Ignacia Salazar; «La animación japonesa durante el estallido social». El Desconcierto. 5 de diciembre del 2019. http://www.eldesconcierto.cl/2019/12/05/la-animacion-japonesa-durante-el-estallido-social/

[2] https://www.latercera.com/mouse/el-diputado-schalper-cree-que-los-naruto-son-soldados-que-corren-con-los-brazos-hacia-atras-como-baile-de-guerra/