Texto Curatorial de la exposición Quemar las Cortinas en Galería Aquí por Diego Maureira (2018)

 

TODO LO QUE VES O ES

Diego Maureira

 

Se oyó el sonido de un disparo de pistola, y la cabeza de Van Gogh, cayó sobre su pecho.

–Vaya, este cabrón sí que lo consiguió –murmuró Yoshiyama

Ryu Murakami

 

¿Cómo te llamas? Couve. ¿Qué apellido es ese?, preguntó. Francés, le dije yo. ¡Ah! En Francia pintan hasta los patos: matriculen a este niño en segundo año

Adolfo Couve Rioseco

 

Wladymir Bernechea no corrige una pintura dando un paso atrás. Su modo de trabajo es siempre la adición. Todo lo que muere, cambia o desaparece en su trabajo se acumula en las partículas y sustratos que dan forma a la obra final. Wladymir Bernechea es un pintor con todas sus letras: su obra nace del límite entre el gesto, el signo y la materia. Nada se pierde en lo que vemos, todo el vigor del trabajo se encuentra densamente concentrado. La actual exposición del artista, Quemar las cortinas, es una curva cerrada y peligrosa por los senderos de la luz y la verdad de la materia.

 

A Wladymir Bernechea le gusta Pulp y Charly García. Es un artista de Rancagua, pero ha desarrollado su carrera en Santiago y en lugares como México y Japón. Bernechea corre riesgos (es la única forma de alcanzar cosas brillantes). Persigue sus objetivos como un animal, por eso su obra funciona. Tiene como maestros a Málevich y Balthus –dos artistas del borde y el vértigo–. En su pintura, el punto de partida resuena infatigablemente desde un mismo lugar: el frío momento en que todo se congela antes de la muerte meditada. Aquella pesada atmósfera habitada por el filo de objetos amados a punto de ser reducidos a la oscuridad absoluta.

 

De algún modo, esta idea de tránsito entre dos fuerzas límite es una propensión insoslayable en nuestra aproximación a las cosas. «Alguna vez, sin falta», dice Banana Yoshimoto, «todos iremos dispersándonos en la oscuridad del tiempo y desapareceremos». Está claro, pero Bernechea –artista de los riesgos– acumula una y otra vez experiencias dentro un cuadrado subterráneo y sin tiempo. Asfixia la luz. El artista acribilla la tela para forzar el proceso natural de las cosas, para extirpar la oscuridad desde el punto en que se niega a tocarnos.

 

Quemar las cortinas es, dentro de la producción del artista, una especie de pasaje o corredor hacia un espacio físico entrecortado (su obra siempre ha tenido que ver con la atmósfera y el silencio de los lugares). Quemar las cortinas es la única era del color posible dentro de este universo amurallado. Un desdoblamiento hacia el crepúsculo de las cosas. La cadencia de una canción que nadie escucha rodar sobre una gastada noche de sábado. El lugar donde un cuerpo, tocado levemente por la luz, respira oculto en la deformación inexorable del tiempo.